TRASTORNO DE ANGUSTIA
La angustia es una ansiedad intensa y aguda, de corta duración, que aparece acompañada de síntomas físicos como dolor torácico, dificultad respiratoria, sensación de asfixia, mareos y náuseas.
La persona afectada por trastorno de angustia puede sufrir ataques de pánico de forma espontánea y por lo general se siente preocupada por la posibilidad de sufrir nuevas crisis en el futuro.
La prevalencia del trastorno de angustia es del 2 al 3% de la población. El trastorno de angustia comienza habitualmente al final de la adolescencia o en la edad adulta temprana. Las mujeres tienen un riesgo de padecer trastorno de angustia de 2 a 3 veces más alto que los varones.
Una crisis de angustia comporta la aparición súbita de la menos cuatro de los siguientes síntomas físicos y psíquicos:
- Dolor o molestias torácicas.
- Sensación de asfixia.
- Mareo, inestabilidad o desmayos.
- Miedo a morir.
- Miedo a volverse loco o perder el control.
- Sentimientos de irrealidad.
- Sofocos o escalofríos.
- Náuseas, dolor de estómago o diarrea.
- Entumecimiento o parestesias.
- Palpitaciones o aceleración de la frecuencia cardíaca.
- Sensación de ahogo o de falta de aire.
- Sudoración.
- Temblores o agitación.
Los síntomas alcanzan su expresión en el transcurso de 10 minutos y desaparecen rápidamente, dado que las crisis de angustia a veces son inesperadas o se producen sin razón aparente, las personas afectadas temen con anticipación la posibilidad de padecer otra crisis (ansiedad anticipatoria), razón por la cual evitan situaciones que asocian con la aparición de anteriores crisis.
Aunque los ataques de pánico o crisis de angustia provocan malestar, a veces extremo, no son peligrosos.
El diagnóstico de trastorno de angustia requiere la existencia de un mínimo de dos crisis de angustia inesperadas y sin motivo real, seguida de la presencia durante un período mínimo de un mes de temor o preocupación ante la posibilidad de sufrir nuevas crisis de angustia.
TRATAMIENTO FARMACOLÓGICO
Los fármacos empleados en el trastorno de angustia incluyen antidepresivos (ISRS) y ansiolíticos (benzodiacepinas).
Los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) son los fármacos de elección por su eficacia y por su tolerabilidad, además de no crear farmacodependencia.
Es frecuente que el tratamiento se inicie administrando una benzodiacepina y un antidepresivo de manera conjunta. Cuando el fármaco antidepresivo comienza a hacer efecto, se disminuye la dosis de benzodiacepina de manera gradual hasta la suspensión completa.
TRATAMIENTO PSICOTERAPÉUTICO
La ansiedad, el miedo, la angustia son estados que nos preparan para luchar frente al peligro que la causa o para huir. Si las sensaciones fisiológicas asociadas nos provocan más miedo o angustia, podemos entrar en un círculo vicioso que culmina en un ataque de pánico.
A modo de ejemplo, cuando tenemos miedo solemos respirar rápido para dar a los músculos más oxígeno y prepararlos así para huir o luchar. Si no se consume ese oxígeno se puede producir una sensación de mareo asociada a una ligera hiperventilación. Si la pequeña sensación de mareo nos da miedo, respiraremos más rápido todavía, con lo que el mareo aumentará.
Si se aprende a no tener miedo al pequeña sensación inicial de mareo, el ciclo no se producirá. Si entrenamos para respirar de forma adecuada cuando tengamos miedo, cortaremos el ciclo.
Si interpretamos las señales corporales de forma adecuada, como ansiedad o miedo normal, y no de forma catastrófica, el problema se soluciona.